Quantcast

Cultura

Lorrie Moore: prohibido alimentar a los solitarios en cautiverio, también arrojar botellas de bourbon a sus cuidadores

Un detalle de la portada.

La noche en que Robin Ross agonizaba a causa de un tumor que le aplastaba el cerebro, una de sus mejores amigas esperaba a que un hombre pasara a recogerla. Iría a verla al hospital aquella noche, se dijo. Pero no lo hizo. Robin murió, claro, a las pocas horas. Nada más saberse la noticia, el grupo completo de amigas en común con Robin, Isabel y Pat, tocaron a su puerta. Llevaban ginebra, bourbon y un pastel con nata. Sería ella, la cobarde sin nombre, la gran ausente, quien narraría todo cuanto ocurrió; y lo hizo de esa forma en que las primeras personas quedan travestidas en omniscientes.

"Nos descubríamos buscando voltios perdidos de amor materno en los lugares donde nunca se podían encontrar: ginebra, hombres, universidad, nuestras propias madres y nosotras mismas"

“Todas las mujeres que ella conocía bebían. Todos los días. Al rechazar las vidas de nuestras madres, nos descubríamos buscando voltios perdidos de amor materno en los lugares donde nunca se podían encontrar: ginebra, hombres, universidad, nuestras propias madres y nosotras mismas”, escribe Lorrie Moore, tal y como como Agustín Lara debió hacer para autografiar los pianos: con un picahielo, sólo que en lugar de golpear el punzón romo contra la madera lisa, lo hace contra el corazón carnoso del lector, tan estropeado a veces como los seres que recorre con la punta del dedo índice, para fijarlos, para transferirlos desde el papel poroso hasta su memoria.

Este es el argumento de El enebro, se trata tan sólo de uno de los ocho relatos que la escritora norteamericana Lorrie Moore incluye en Gracias por la compañía, un libro en el que la autora regresa a su género: el relato. Publicado por el sello Seix Barral este volumen retoma los temas aparcados de Autoayuda y Pájaros de América (1998). Parejas destrozadas o acaso demasiado volcadas en la tarea de acabar con lo que queda de ellas mismas; la extraña amistad entre una compositora que teme al fracaso y un anciano; la relación imposible entre un hombre judío y culto con una mujer que se desvive por su –nada brillante o completamente imbécil- hijo adolescente; una boda como la excusa para la reunión de los desechados, los marginados… el vertedero humano, en todas las formas posibles del paisaje americano.

Es verdad lo que escribe Lorrie Moore: parecemos felices para que no nos maten. Cada una de estas historias ocurre con el telón de fondo de la guerra de Irak, el círculo que completa el artefacto; el balazo en el corazón, ése que no supieron darse los más rudos escritores. Así, como si hubiese aspirado hasta el último aliento de personajes como la Paty que dibujó Jonathan Franzen en Libertad, Moore nos devuelve derrotas verosímiles y con ellas confecciona catástrofes mínimas. Se vale de matrimonios destrozados y vidas desinfladas para preparar el mostrador de una carnicería, que no por estar servida en bandejitas deja de doler. Cuando la casquería se dispone correctamente, en toda gota, por breve que parezca, la sangre es perfecta.

Se vale de matrimonios destrozados y vidas desinfladas, para preparar el mostrador de una carnicería que no por estar servida en bandejitas deja de doler

Pájaros de América fue elegido Libro del Año de 1998 por The New York Times, seleccionado entre los mejores del año por Los Angeles Times y Publishers Weekly, finalista del National Book Critics Circle Award, y permaneció varias semanas en la lista de libros más vendidos; autores de la talla de Julian Barnes lo eligieron como uno de los mejores libros del año, y la revista Entertainment Weekly lo ha seleccionado como uno de los 50 mejores libros de los últimos 25 años. Lorrie Moore ha sido galardonada con el Irish Times International Prize for Literature, el O. Henry Award, el PEN/Malamud Award y el Rea Award for the Short Story, y la Lannan Foundation le ha concedido una beca. Es miembro de la American Academy of Arts and Letters. Actualmente es profesora en la Universidad de Wisconsin, Madison.

Hace ya un par de años, la editorial Alfabia publicó en España Diez de diciembre, un volumen que se hizo con la vitola de “libro del año” según The New York Times y que gozó de las mayores alabanzas, incluidas las de Jonathan Franzen. El libro era una absoluta y deslavada versión del peor Carver, incluso, la peor fotocopia del mejor John Fante, maestro retratando a perdedores y desquiciados. Lorrie Moore realmente hace lo que le atribuyen al soporífero tejano: una galería de apaleados solitarios a los que les concede el humor como una redención fallida. Ella sí teje el humor desde la fantasía, la encrucijada imposible de ficción y alucinación como ese espiritismo tóxico donde culpa y pena entran en juego como borrachera o episodio sobrenatural

Algunos relatos, por ejemplo Alas, parecen a punto de sucumbir en la tentación de la nouvelle, pero Moore parece haberlos atajado justo a tiempo para dejarlos como al enano de Günter Grass, perverso en su estatura breve y profunda de quien mira a la vida desde una perspectiva que le permita conversar con ella, sudándola, respirándola y desechándola como a un humor. Su risa no es tal cosa, es algo así como esa invitación a la risotada que hace lo que las prohibiciones en los parques zoológicos: provocar tristeza y rebelión. No arroje cacahuetes a los osos. No alimente a los animales. No ofrezca botellas de bourbon al solitario. Deje en paz al abandonado y abatido lector.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.