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Cultura

Esto no es una biografía (al uso): cómo vivir con Antonio Machado, según Elena Medel

La poeta Elena Medel (Córdoba, 1985).

Es poco lo nuevo que pueda decirse sobre Antonio Machado (Sevilla, 1875-Colliure, 1939). O quizá sí. Antes de entrar en materia, hay que aclarar un asunto. Si hay algo que destaca de esta biografía del escritor sevillano puede que sea el hecho de que su autora habla más de ella que de él. Se trata de El mundo mago. Cómo vivir con Antonio Machado (Ariel), un ensayo escrito por la poeta Elena Medel (Córdoba, 1985), quien se separa de la biografía canónica para adoptar otros caminos. Ya lo decía Octavio Paz: los poetas no tienen biografía, su biografía es su obra. Y por ahí ha ido a meterse Medel para darle una vuelta a Machado. Medel se ha sujetado a lo escrito y la relación personal que crece en el tiempo, hasta emanciparse y hacer síntesis  en la experiencia lectora como proceso de sedimentación. Es decir, para hablar de Machado, Medel decide hablar de ella. 

Elena Medel intenta una visión subjetiva y personal del autor de Campos de Castilla

Sin abandonar nunca los zapatos de quien recibe, de quien lee a un autor como herencia y luego como experiencia propia, Elena Medel intenta una visión subjetiva y personal del autor de Campos de Castilla. Le sale, en efecto, un Machado filtrado por las lecturas iniciáticas y las constantes referencias propias que cambian en el tiempo hacia cuestiones más elaboradas. Todo sea dicho, Medel avisa desde el comienzo del libro, para el que eligió una frase de Milan Kundera: "Cuando un artista habla de otro, siempre habla, mediante carambolas y rodeos, de sí mismo".

Existen, por supuesto, unos rasgos más visibles que otros: un Machado más abstracto, evaporado más en las metáforas que en las concreciones. A Medel le interesa el Machado que juega con la identidad, el que se construye con el paisaje, el que entra y sale de la escritura automática, el que improvisa el aforismo, el que atraviesa su vida como lo hace en la de todos quienes lo han leído. Y puede que ahí esté el punto central: la lectura como experiencia vital. La lectura como instrumento para escarbar en el inmenso campo de una obra. Llegar o no a la raíz, ese es otro asunto. 

Sobre aspectos específicos, por ejemplo el Machado del compromiso político, acaso algo deslavado con respecto a la concepción que se tiene de él, al preguntar a Elena Medel por qué su Machado luce menos político, la poeta busca un matiz. Existe la visión política, claro. Pero no es la del poeta de las dos Españas, o no sólo la del poeta de las dos Españas, sino un personaje cuya "militancia trascendía la política". Esos matices, el gradiente más o menos concentrado dependen justamente del tamiz por el que pasa la construcción de un autor a través de la lectura, una experiencia tan arbitraria como legítima. 

Elena Medel ha publicado los poemarios Mi primer bikini (DVD, 2002), Tara (DVD, 2006) y Chatterton (XXVI Premio Loewe a la Creación Joven; Visor, 2014), así como los cuadernos Vacaciones (El Gaviero, 2004) y Un soplo en el corazón (4 de Agosto, 2007). Todos ellos, además de poemas dispersos o inéditos, los ha reunido en Un día negro en una casa de mentira (Visor, 2015). Dirige la revista Eñe y es editora de La Bella Varsovia, un sello dedicado a la poesía.

"Desde luego. Escribí el libro desde esa posición: la de quien lee y de la quien relee"

—La reconstrucción que hace de Machado es la que haría una lectora más que una poeta.

—Desde luego. Escribí el libro desde esa posición, desde esa actitud: la de quien lee y de la quien relee, la de quien piensa en los poemas de Machado recordando al mismo tiempo los poemas de otros. Abordarlo desde la conciencia de quien escribe habría expulsado del diálogo a muchos lectores, y me apetecía abrir el libro, igual que Antonio Machado permitió en su poesía ese espacio para que el lector la habitara y completara.

—Desde el comienzo, usted se define con respecto a otro lector: su madre. La lectura de Machado comienza como una herencia. Comienza incluso con el ejemplar subrayado de su madre.

—Al hilo de esa herencia lectora materna —que casi se limita al volumen de Machado que lo desencadena todo, porque no compartimos demasiadas lecturas—, este libro me brindó la posibilidad de leer desde la lectura de otro. Empecé a prepararlo con el ejemplar de Machado que había pertenecido a mi madre, con sus subrayados y con sus comentarios, y sentí en cierto modo estar asomándome a su intimidad. Ocurre eso, me parece, cuando leemos un ejemplar prestado que otro ha vivido, o uno de segunda mano.

—En lo anterior hay dos cosas: la lectura como construcción de una identidad y Machado como experiencia común incluso entre generaciones. ¿Nos une más Machado que Lorca, o Cervantes, o Gil de Biedma?

—Los libros que escogemos sirven como guía para escoger el nosotros —el yo— que aspiramos a ser. En la introducción aludo a ese gesto de algunos profesores de recomendar a sus alumnos la lectura de los poemas de Machado para conocer en qué consiste la vida; a mí me parece que algunos textos son miguitas de pan que, igual que en los cuentos, nos marcan el camino. Las lecturas que elegimos y a las que regresamos, las que recomendamos, nos definen. No sé si nos une más a Machado que a Lorca, a Cervantes o a Gil de Biedma. Pienso en estos nombres —y añado otros, que podrían ser otros más: Rosalía de Castro, Ángela Figuera Aymerich, Ana María Matute— y los entiendo como escritores que acompañan: que se leen a los quince años, a los treinta, a los cincuenta, etcétera. En cada época, con cada distinto bagaje de experiencias —de todo tipo: vitales, lectoras—, la lectura es diferente y es, por eso, nueva. Sí que es cierto que con Machado mantenemos una relación emocional, que en sus inicios tiene mucho de educación sentimental.

"Los libros que escogemos sirven como guía para escoger el nosotros —el yo— que aspiramos a ser"

—Al retratar a Machado, el lector se queda con la sensación de que hay poco énfasis en el perfil político y comprometido del poeta, que usted más bien lo evita.

—No creo que en el libro no aparezca el compromiso político. Antonio Machado asumió varios compromisos, que incluyen el ideológico —el político, al fin y al cabo— pero también incorporan otros más diversos. Su militancia tenía más que ver con actitudes que trascendían la política, y que heredó de las actitudes —y de la interpretación propia del compromiso— de su abuelo paterno y de su padre. A ellos debe su lucha por un país igualitario y justo, sin diferencias sociales, que progresara apostando por la educación y la cultura. Para Machado la política significa poder, y el poder corrompe; participa en actos por la República, pero nunca a favor de uno u otro partido. Machado asume y defiende su compromiso como ciudadano —que es también su compromiso como parte del pueblo, solidario y consciente—, retrata las tierras de Castilla —y las tierras de España— con el dolor de quien las ama, se niega socialista o marxista pero se confiesa «ecologista» y «contestatario», en sus obras —sobre todo en su teatro y en sus prosas más o menos autobiográficas— se rastrea el feminismo, militó —una vez más— a favor de la educación y la cultura... En este sentido, su activismo fue riquísimo, intenso, y muy personal.

- Dedica un capítulo al amor en Machado, pero no entra al trapo en cuestiones biográficas, ni siquiera literariamente sentimentales ¿Por qué?

—Entiendo que el amor es un tema secundario en la escritura de Antonio Machado y, en cierto modo, también —entendido como amor romántico, de pareja— en su vida. Salvo en ocasiones puntuales, sobre todo en los años de la relación con Guiomar, siempre se recurre al amor como excusa para tratar otros temas: nunca se trata del motor único del poema, sino de la herramienta.

—La relación de Machado con el paisaje, dice usted que más que la construcción de un relato, construye una identidad. ¿Cuántos Machados ve usted?

—Múltiples. Machado no leyó a Pessoa —y supongo que Pessoa no leyó a Machado—, pero de forma paralela en el tiempo ambos afrontan un trabajo similar con la identidad: de manera evidente con los heterónimos uno y los apócrifos otro, de manera más sutil en el caso de algunas actitudes de Machado, que firma como Antonio Machado pero es muchos. Es el poeta de Campos de Castilla, más severo; y es el poeta que bucea en el folclore —por herencia paterna— y lo convierte en «autofolclore», según lo definió él mismo, enfrentando lo popular con lo intelectual; y es el poeta que experimenta —a su modo— y aborda el mismo motivo desde dos géneros en “La tierra de Alvargonzález”, o prueba con el aforismo y el fragmento en los proverbios. Y etcétera, y etcétera, porque Machado logra desde la sencillez y la claridad —que implican también, en su caso, una arquitectura compleja y un trabajo de depuración en la corrección— construir poemas que encierran, a su vez, muchos poemas.

"Me ha sorprendido partir del mito para enfrentarme a sus contradicciones"

—¿Cuánto de Machado ignoraba antes de hacer este libro y qué imagen guarda ahora?

—Me ha sorprendido partir del mito para enfrentarme a sus contradicciones: su insistencia en la modestia y en la humildad, su defensa del beatus ille y de lo popular, en contraste con su correspondencia sobre el dinero o sus intentos para regresar a toda costa a Madrid. También he disfrutado descubriendo a todos esos Machados a los que me he ido refiriendo: sus distintos compromisos, sus juegos y experimentos con el lenguaje y con la forma más sutil, velada casi. Ficcionaliza a Leonor y a Guiomar, despoja de nombre a su hermano Joaquín, apenas escribe un único —y extraño, por su juego de tiempos— poema sobre su padre... Digamos que a Machado le importa poco uno mismo.

—A lo largo de todo el libro entre Machado y usted siempre hay un puente: la madre que induce o propicia la lectura; el Serrat que asigna a una voz … ¿por qué siempre hay alguien entre medias? ¿Qué cree que significa eso?

—Quizá tenga que ver con esa sensación de Machado como patrimonio común, y al mismo tiempo como parte de nuestra memoria. Quizá no compartamos mucho con los demás, pero sí compartimos —desde luego— a Machado, y lo que escribió, y lo que significa.

—¿Hay ecos de Machado en la generación de poetas a las que usted pertenece?

—En cierto modo sí. La reivindicación que Machado realiza del espacio de lo íntimo —como lugar y como vocación— como espacio de lo político, y que después recogieron Ángela Figuera Aymerich o Ángel González, está en los últimos libros de Alberto Acerete, Carlos Pardo o Julieta Valero. Trabajan con el lenguaje de manera muy diferente, en otra tradición, pero creo que esa intención late también en ellos.

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