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Cultura

El teléfono como género literario: una No-entrevista a la escritora Gabriela Wiener

Una imagen de Daniel Mordzinki de la periodista Gabriela Wiener que ilustra la portada 'Llamada perdida' (Malpaso)

No bastan los libros valientes, hace falta que estén bien escritos, ejecutados con el virtuosismo de quienes adoran prodigarse palizas. Y éste es el caso. Porque no se vive para leer libros inofensivos ni vivir vidas hermosas. No se vive para acumular certezas y atizar con ellas a los que dudan. Para eso están los periodistas, los opinadores o los evangelizadores. Quizá es por eso que Gabriela Wiener se perfecciona en el arte de vivir y dejar vivir y se ha empleado a fondo en estos años en la creación de un nuevo género literario: ella misma.

"Este libro no me va a llevar a las facultades de periodismo", dice Gabriela Wiener sentada delante de una estufa. Nacida en Lima, en 1975, esta mujer que no cumple cuarenta todavía ha sido identificada como una de las voces más potentes del periodismo narrativo, incluso hay quienes aseguran que ella hace periodismo gonzo, y algo de eso hay en sus textos: desde las nalgadas que le propina una dominatrix hasta la demolición de sí misma ante el espejo. Aunque ella renuncie a la diadema de bisutería que supone el periodismo en la frente de un escritor, puede que éste  sea el pegamento que une los trozos de algo más grande. Wiener se formó en la mítica Etiqueta Negra de Villanueva Chang y desde entonces no ha parado… de escribir. Ha publicado textos suyos en El País, el Corriere della Sera, Clarín, Eñe, El Mercurio, Esquire o Letras Libres. También volúmenes propios como Sexografías, Nueve lunas, Mozart, la iguana con priapismo y otras historias o Kit de supervivencia para el fin del mundo.

Esta 'no entrevista' dista de ser lo mejor, pero es lo que hay. Eso y una mujer que escribe libros valientes.

Con esta idea de que ella no será ejemplo de nada ni en la facultad de periodismo ni en ninguna otra, se refiere Gabriela Wiener a la poca ortodoxia, mejor dicho al exceso de todo, en las páginas del libro Llamadas perdidas (Malpaso), el motivo por el que la escritora responde una entrevista de casi noventa minutos de la que no queda nada. Sí: nada. Acaso unas notas sueltas, párrafos subrayados de un libro marcado con postips color rosa; con eso habrá que reconstruir la conversación magnetofónica desaparecida de la memoria de un teléfono inteligente. Que esta no-entrevista sea, entonces, una ruina cuyos trozos vuelven a juntarse ante los ojos del lector no deja de ser curioso. No es lo mejor, pero es lo que hay. Eso y una mujer potente que escribe libros valientes. Alguien capaz de hacerse cortes en la piel y componer con ellos un mapa donde quepan los que también temen y demuelen. Con la fuerza de las mujeres desaforadas, cual Miyó Vestrini nacida en una ciudad de mar, Gabriela Wiener confecciona un libro bello y carnicero.

A mitad de camino entre la bitácora, la crónica periodística, el poema en prosa y el ensayo personal -además del cómic-, el libro Llamada Perdida reúne casi 20 textos en los que Gabriela Wiener vuelca una mirada áspera sobre el mundo y sobre sí misma, derramándolo todo en un torrente de prosa que no pretende otra cosa excepto estar bien escrita. Acaso una especie de Elogio de la Insatisfacción, este libro cuyo título encierra la “tristeza razonable” de una llamada no contestada, se comporta cual tierno monstruo del exhibicionismo, un sofisticado artefacto del espíritu con el cual contándose a sí misma, Wiener nos cuenta a todos. Y eso, de momento, parece más honesto que un periodismo de catequesis o una novela renqueante de auto ficción, esas formas envenenadas de quererse tanto y tan falsamente.

"Me siento así. No vengo de la línea directa con Kapuściński". No, ella más bien deliraba por Ana Mendieta, dice Gabriela Wiener refiriéndose a la artista cubana que enfocó su obra en el performance, la escultura y acaso la militancia, volcada siempre en temas como el feminismo, la violencia, la vida, la muerte, el lugar y la pertenencia. En el fondo eso es lo que hay en estas páginas: una mujer barbuda que reúne los trozos de sí misma tras despeñarse de alguna altura. “La única vocación que tengo es hacer buenos libros”, asegura Gabriela Wiener, dueña de una pesada melena oscura que se derrama sobre un jersey de punto. Vamos, que Gabriela Wiener podría ser a la narrativa lo que Sophie Callé es al arte conceptual. Con la misma fiereza e inmisericordia.

"La intimidad es mi materia y mi método. Y esa necesidad de exponerme tiene más que ver con la inseguridad que con la valentía"

"La intimidad es mi materia y mi método. Y esa necesidad de exponerme tiene más que ver con la inseguridad que con la valentía (…) creo que es lo más honesto que puedo hacer literariamente es contar las cosas como las veo, sin artificios, sin disfraces, sin filtros, sin mentiras, con mis prejuicios, obsesiones y complejos , con las verdades en minúscula y por lo general sospechosas. (…) Gay Talese escribió que la misión de un escritor de no ficción es dar cuenta de la corriente ficticia que fluye en los túneles subterráneos de lo real. Hay escritores que buscan la verdad a través de la ficción. Me gusta  pensar que formo parte  del otro grupo, el de esos excavadores que buscan  en lo real lo impredecible y lo extraño (pero también lo abrumador) de la normalidad, el absurdo que contienen las noticias, todo eso que puede ser tan serenamente triste como una llamada perdida”, escribe en las páginas introductorias de este libro, que tiene un Lado B en el poemario Ejercicios para el endurecimiento del espíritu, publicado por La Bella Varsovia.

Exploradora de sí misma, Wiener aborda en Llamada perdida temas como la escritura, la maternidad, el cuerpo, la pareja, las expectativas, los recuerdos, el entusiasmo, el miedo a la muerte, la superstición como forma última de la inocencia. Y todo lo destaja con la fina navaja de la ironía, el humor y la ira que desprenden tanto los afectos atrofiados como los amores reales. Así, hasta quedarse en el esqueleto, en lo esencial: aquello que brilla como un hueso pulido de tanto arrancar la carne a dentelladas. En Llamada perdida aparecen reflejados desde los días lejanos de 2003, cuando Gabriela Wiener salió de Lima –casada, pero sin marido y con muletas- en dirección a una Barcelona prometida en la que el espíritu de Roberto Bolaño daba sus primeros destellos de santo laico. Cuenta, también las insensateces de una periodista que es y no es tal; las dudas y vacilaciones no sólo sobre la escritura, sino sobre ella misma: como pareja, como madre, como mujer .

"Nadie podrá despreciarme mejor que yo. Ésa es mi conquista (...) La voz interior es siempre un recuento de catástrofes y barroquismos: mis dientes torcidos, mis rodillas negras, mis brazos gordos, mis pechos caídos, mis ojos pequeños clavados , mis pelos negros de bruja, mis gafas, mi incipiente joroba y mi incipiente papada, mis  cicatrices, mis axilas peludas, mi piel manchada , pecosa y lunareja, mis pequeñas manos negras con las uñas carcomidas, mi falta de cintura y curvas traseras , mi culo plano, mis cinco kilos de sobrepeso, los pelos hirsutos de mi pubis, el pelo de mi ano, los pezones grandes y marrones, mi abdomen descolgado y estriado. El tono de mi voz, mi aliento, el olor de mi vagina, mi sangre, mi  fetidez. Y aún me falta hacerme vieja. Y descomponerme”.

“Nadie podrá despreciarme mejor que yo. Ésa es mi conquista (...)"

Que nos censuren los que quieran, escribió Virginia Woolf sobre las mujeres que un día se “liberaron y escribieron mientras caían piedras”, escribe una Gabriela Wiener para quien el verbo esencial “no es avanzar ni ganar ni prosperar”, sino “decrecer”, dar un paso al frente en el propio empequeñecimiento, en el valor vital de la pérdida y la duda, de la confirmación natural de que la vida no era tan romántica, pero tampoco tan terrible. La mujer que escribe estas páginas siente que decepciona y eso, en lugar de incomodarla, parece haberla alimentado, hacerla más fuerte: en la nostalgia por el Perú lejano –ahora demasiado lejano-, en la certeza de que no existe tal cosa como el control y que la propia conciencia de ser un ser incompleto como única vía para conocerse.

Y todo esto puede constatarlo el lector, a veces entre risas y en otras doliéndose al descubrir los ecos de sus propios sentimientos en un libro escrito por otro. Desde la infidelidad y la ambigüedad –la de  los géneros literarios o la trinidad de un menage a trois-, hasta la hilarante estampa de Gabriela Werner consultando la fecha de su muerte en portales como mimuerte.com y estarmuerto.com. La querencia por la ciudad extraviada, la soledad que se desata en los hoteles, la naturaleza de su matrimonio y la sensación constante de perpetua adolescencia, incluso en su propio quehacer como mujer.

La descripción que hace de la relación con su hija, por ejemplo: "Lo más sano siempre será que te descubra pronto. No dejar ni por un minuto que piense que eres mejor de lo que eres. Tu mejor regalo será ahorrarle un desengaño, el primero de su vida, porque habrá muchos”. Y es en ese tipo de textos –tremendamente personales a la vez que reflectantes– cuando opera el efecto díptico que tiene Llamada perdida leído junto con el poemario Ejercicios para el endurecimiento del espíritu . ¿No bombea la misma sangre en ese texto arriba citado, Acerca de lo madre, que la que recorre los versos del poema en Blanco y Negro? La respuesta dura lo que una detonación: “La niña que será mi madre/coge un rifle/ y me apunta con cierta sonrisa”.

"Tu mejor regalo será ahorrarle un desengaño, el primero de su vida, porque habrá muchos".

Uno de los textos más hermosos del volumen es esa especie de poema Teléfono malogrado conmigo misma en el que escribe: ”Siempre he querido preguntarte  por qué siempre pareces fuera de control, por qué te brilla la cara, por qué gesticulas. ¿Te ha visto en Youtube?”, escribe la periodista en las páginas de un libro no periodístico –o no del todo periodístico- . Ya lo dice Juan Bonilla en la faja que recubre el ejemplar: "Desdibuja las fronteras entre la periodista y la exploradora en pos de sí misma, del conocimiento o de la experimentación. El lector podrá preguntarse si cumple así con el encargo de alguna revista o con el de su propia alma”.

La última y desordenada nota hecha durante los noventa minutos de una conversación borrada de la memoria de un Smartphone, Gabriela Wiener asegura: "Todo texto es una biografía de tu mirada". La frase ilumina, potente, aquello que es sin serlo del todo: el espíritu de un teléfono ronco que suena sin que nadie lo oiga; la sensación desaforada de quienes siempre quieren más e incluso, por qué no, la belleza extraña de las mujeres que se dejan crecer barba, se retratan desfiguradas por la mueca que forma la boca aplastada contra un cristal o un manojo de flores sembrado en el cuerpo sin ropa. En el fondo, se trata de lo mismo: reunir una altura suficiente desde donde caer... o ser empujado.

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