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Sociedad

De la Pantoja y Telecinco, la chapuza de Canal Nou y el talento de Ricardo Darín

La actualidad española está jalonada de sucesos atrozmente incomprensibles. Historias que parecen irreales pero llenan nuestras conversaciones y, sin que paremos a reparar en ello, nos cincelan, oscurecen y condicionan la existencia. Que Wert, Montoro y Gallardón aún sean ministros, por ejemplo. Que Rubalcaba lidere el PSOE. Que los bancos a los que hemos salvado no concedan crédito. Que cualquier nombramiento importante esté condicionado por intereses espurios. Que los jueces impartan continuamente injusticias. Que Ancelotti y Martino entrenen a Madrid y Barça. En fin, esas corrupciones.

La televisión nos ayuda a combatir este panorama terrible. Como si estuviéramos en un sueño buñuelesco, miramos la pantalla y nos escapamos a un mundo distinto, donde la risa y la lágrima nos socorren. Ahí, en ese edén nihilista, absurdo y necesario en que todo es posible, se impone la figura de Isabel Pantoja. Si no lo saben ya, se lo cuento: resulta que la ex de Paquirri y Julián Muñoz, entre otros, acaba de reventarle a Telecinco una exclusiva. La noticia iban a publicarla Sálvame y otros espacios tenebrosos el viernes. Pero ella se adelantó la noche del jueves. ¡Isabel va a ser abuela porque su hija, Chabelita, va a ser mamá! Como la tal Chabelita cumplía 18 años el viernes, dejaba de estar amparada por la Ley del Menor y las bestias podían contarlo impunemente, la tonadillera emitió un comunicado pasadas las doce de la noche.

En su carta la Pantoja celebraba que el embarazo “es fruto de una relación estable y duradera de amor” y mostraba un alto grado de indignación con los medios. Pero, según se ha publicado, al mismo tiempo ella negociaba con Mediaset volver a la televisión a través de una entrevista exclusiva cuya cuantía es mejor ni imaginar. Oigan, supongo que no les importa una mierda esto y sé que es nauseabunda esta forma de comerciar con las sordideces personales. Pero peor es hacerlo con las ajenas, como se cuenta y se hace en los telediarios.  

Audiencia y desfachatez

Es bastante por hoy. Aunque siga sumergido en este submundo televisivo, me niego a comentar aquí el final del programa ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, por mucho que haya batido récords de audiencia. No hay sarcasmo o adjetivo que pueda superar la desfachatez que supone la mera existencia de espacios como ese. Se emite en Cuatro que, por cierto, acaba de cumplir ocho años. Muchos se han dedicado a las loas en el aniversario. Yo prefiero contar el último fracaso de la cadena: recordarán ustedes que los directivos de Mediaset fulminaron el programa Te vas a enterar y lo sustituyeron por un concurso, no vaya a ser que los políticos se vean demasiado criticados. Ahora los mismos directivos quitan el concurso de ese horario porque han perdido la mitad de la audiencia y no saben qué ofrecer en su lugar.

Saltamos de un fango a otro: el anuncio de la desaparición de Canal Nou. Como cuenta el compañero de fatigas Borja Terán en su blog, la desmesura de los presupuestos, el brutal partidismo de los informativos y la apuesta por los contenidos basurientos han enfangado tanto RTVV que su final era de esperar. Otra cosa es que las formas sean una chapuza. Cerrar una tele o cerrar un negocio cualquiera no puede ser el resultado de una serie de incompetencias tan obvias. O, si lo es, como en este caso (hinchar exageradamente la plantilla, no controlar el gasto durante años, acometer un ERE lleno de errores y no ser capaces de responder con mesura a una sentencia), alguien deberá pagar por ello, ¿no?  

Para mí, las televisiones públicas son necesarias en cualquier rincón del planeta cuando hacen un servicio público de información. Es decir, cuando llegan a ofrecer al personal contenidos basados en la calidad y el interés y no solo en la audiencia y la rentabilidad, sin criterios ideológicos ni servidumbres de cualquier tipo. Por ejemplo, lo que hacen los corresponsales en el extranjero de RTVE. El acceso a la información veraz (no diremos "objetiva" porque esa no existe) es un derecho de los ciudadanos que, sin embargo, precisamente es cercenado por todas las cadenas públicas del país, serviles con el político de turno o directamente controladas para alienar a los espectadores, además de ser salvajemente deficitarias. ¿Es posible, por tanto, una tele pública en España? Respondan ustedes, que me entra la risa.   

A pesar de los lastres mentales descritos, en la televisión también hay momentazos que merecen la pena no por su zafiedad, sino por su calidad. Esta semana han destacado dos, ambos en El Hormiguero. Para empezar los actores Ricardo Darín y Belén Rueda, que andan promocionando la película Séptimo, protagonizaron una discusión tremenda con Pablo Motos. Véanla si quieren, pero ya les adelanto que, aunque ambos están bien en el papel, ella sucumbe ante el talento de él. Es el único actor por cuyas películas siempre pagaré una entrada. En el mismo programa Harrison Ford bailó y dirigió una orquesta. Y ojo, porque el próximo lunes visitan ese plató unos iconos: los Backstreet Boys. Definitivamente, hay que premiar a los productores de este espacio.

Ahora salgan de este universo cavernario, vuelvan al mundo real y sí, créanselo, Rubalcaba, como el célebre dinosaurio, sigue ahí. 

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