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España

Reforma laboral: no está mal, no es suficiente

No han entrado a fondo. La reforma laboral que el consejo de ministros alumbró el viernes tiene muy poco que ver con la llevada a cabo por el Gobierno Zapatero, pero decir eso es no decir nada, porque aquello fue un fraude descomunal, como lo fueron las dos legislaturas de ese desdichado personaje. La sensación existente este fin de semana entre mucha gente con criterio es la de una nueva oportunidad perdida, la sospecha de que tampoco este Gobierno ha querido/sabido, a pesar de la cómoda mayoría de que disfruta, coger el toro por los cuernos y de una vez por todas acabar con las disparidades de nuestra legislación laboral respecto a las vigentes de la Europa desarrollada, diferencias que explican las brutales cifras de paro que exhibe España en cuanto los cuernos de una crisis empiezan a asomar por el burladero. Lo cual, para quienes tal piensan, es un grave error, porque difícilmente volverá a presentarse ocasión más propicia para hacer la reforma del mercado de trabajo que necesita España.

Sí, se han tocado cosas en la dirección adecuada, pero el Gobierno se ha quedado a medio camino en otras tantas. Se ha reducido el coste del despido, aunque sigue estando por encima de la media de la UE; ha desaparecido la autorización previa en el caso de despidos colectivos, y deja de tener validez el convenio sectorial sobre el que en una empresa logren dirección y sindicatos, pero los viejos atavismos de la legislación franquista siguen ahí, imperturbables, resistiendo contra viento y marea. Sabemos desde hace mucho tiempo que las subvenciones a la creación de empleo no sirven para nada, y sin embargo Rajoy sigue erre que erre en el error paternalista, tirando el dinero público por la alcantarilla; mantener la ultraactividad de los convenios colectivos durante dos años es una concesión sin sentido a los sindicatos o tal vez a Celia Villalobos y a su marido, el señor Arriola, estandartes del ala socialdemócrata del Partido Popular, y tantas cosas más que esta reforma deja a medio cocinar.

El Gobierno ha buscado el equilibrio, dando una de cal y otra de arena, y no es eso, no es eso lo que nuestra tasa de paro pide a gritos. La ministra Fátima Báñez, a quien molesta mucho que la incluyan en el sector falangista del PP, galleaba días atrás diciendo que iba a hacer “una reforma radical; pero será mi reforma”, advertía, “ni la de Montoro ni la que quiere Guindos y los mercados”. Lo que usted ha hecho, mi querida señora, es un pastel, otro más de los que jalonan nuestra barroca historia laboral. Pero este no es un problema de medias; no se trata de contentar a todos: se trata de ver qué es lo que crea empleo y qué lo destruye con pertinaz contumacia en nuestro país y obrar en consecuencia, por encima de compromisos y componendas.

Es probable que el PP pretenda vender esta reforma como la más seria de las que se han abordado en la democracia y es muy posible que, estando en lo cierto, termine siendo insuficiente, qué tristeza, para resolver el drama de nuestras cifras de paro. Los españoles seguimos enfrentados a un dilema tan viejo como simple: elegir entre un Estado ángel de la guarda capaz de defender a capa y espada los derechos de los trabajadores frente a los malvados patronos, o un mercado abierto donde es fácil y barato ser despedido, pero es igualmente fácil encontrar un nuevo empleo a los 15 días. Así de brutal es la disyuntiva. La izquierda, enemiga de la libertad individual, no quiere ni oír hablar del asunto, porque desde Marx a esta parte su clientela abreva en los caladeros del estatismo más rancio, y la derecha, miedosa, no se atreve a enfrentarse al dilema. El resultado es que esta sigue siendo la asignatura pendiente en materia laboral de los españoles.

Sin crédito no hay creación de empleo

Dicho lo cual, alguien ha llamado la atención sobre la ausencia de cualquier conexión entre la reforma laboral y la financiera, sobre la inexistencia de una herramienta en la reforma financiera diseñada para interactuar de forma directa con la laboral y viceversa. En efecto, no hay un mecanismo de urgencia, ni nada que se le parezca, que intente proveer o forzar la financiación a las empresas, clave para frenar la destrucción de empleo y su posterior recuperación. La reforma financiera no pasa de ser en realidad un traje a la medida de los bancos, y sin una herramienta de financiación eficaz para las pymes –el Gobierno, vía ICO, acaba de abrir una línea de crédito de hasta 15.000 millones a las CCAA, se dice que para no paralizar su funcionamiento y pagar a sus proveedores, cuando todos sabemos que servirá para seguir tapando sus infinitos pufos-, estamos condenados a soportar en el futuro inmediato nuevas oleadas de parados, porque ese tsunami no lo va a detener en seco esta nueva y timorata reforma laboral.

Volvemos a depender del éxito de la reforma financiera que lidera el señor De Guindos, y de esa su aspiración a devolver el crédito a los canales de la economía real cuanto antes. Y aquí el problema sigue centrado en Bankia, un test que esta semana ha conocido interesantes novedades. Desde Economía convocaron el martes un off the record –una modalidad que es al periodismo lo que la brujería a la medicina- para explicar algunas technicalities de la reforma, donde el director general de Política Económica, Antonio Carrascosa, afirmó con desparpajo que la entidad que preside Rodrigo Rato tenía que olvidarse de acudir a las futuras subastas para ganar tamaño, porque “Bankia no es viable”. Volvía la tropa de la prensa tan contenta a sus lares con el scoop, cuando el personal de Comunicación del Ministerio se abalanzó vía móvil sobre los asistentes para detener en seco la información: eso no se podía escribir y, en todo caso, era una opinión personal, no del ministro.   

Ocurrió que algún periodista había llamado antes a Bankia para saber lo que allí opinaban sobre la demoledora declaración y se armó la de Troya. Es fácil imaginar el tenor de la conversación entre Rato y su antiguo subordinado y hoy ministro, De Guindos. El resultado fue que, en una segunda ronda del off the record celebrada el jueves, Carrascosa, responsable de la letra pequeña de la reforma financiera, se declaró, para sorpresa de todos, convencido de la viabilidad de Bankia en solitario, un cambio radical que habla a las claras de las tensiones que estos días surcan las aguas del Poder dentro del PP y su Gobierno.

El último capricho de Fernandez de la Vega

El espectáculo de los desmentidos de Economía, unido a la filtración interesada de los contactos habidos entre CaixaBank (La Caixa) y la propia Bankia en pos de una fusión entre ambas, han hecho emerger la dimensión política del antiguo vicepresidente y ministro de Economía del Gobierno Aznar. Rato tiene de financiero lo que Rajoy de primado de las Indias, pero nadie puede negar su formidable condición de animal político, que es en parte, ironías del destino, lo que asusta a los grandes banqueros del país a la hora de pensar en una operación conjunta (Según Carrascosa, el futuro de Bankia pasa por ser comprada por  Santander, por BBVA, o “a duras penas por Caixa”). El asturiano sostiene ahora resuelto que la entidad está perfectamente capacitada para seguir adelante sola –mejor apostarlo todo a la posibilidad de convertirse en capo del cuarto banco español, que resignarse a ser cola de león de Isidro Fainé-, y que no necesita fusiones de ninguna clase. Parece que Rato se cree lo que dice, pero hace falta que los mercados se lo crean también.

Y mientras el Gobierno Rajoy se parte el pecho intentando juntar las piezas del jarrón que el torpe y mendaz Zapatero estrelló contra el suelo a partir de marzo de 2004, el responsable de la  avería sigue recibiendo honores. Ahora se acaba de sentar en el Consejo de Estado, y el otro día participó en la presentación  de la fundación “Mujeres por África” que preside una bella Maria Teresa Fernández de la Vega. Con todos los presentes en el salón de actos –Centro de Arte Reina Sofía-, Zapatero hizo su entrada triunfal para fundirse en un caluroso abrazo con Emilio Botín. En el estrado y en el patronato de esa nueva fundación muchas empresas de la construcción, además de Santander, Endesa, Iberia, etc. Y, ¿cómo ha conseguido De la Vega que gente tan principal le suelte tan alegremente la guita para su último capricho? “Está aún muy reciente su salida del Gobierno, y es una forma de devolver favores”, asegura uno de los presentes. España, país donde lo público y lo privado siguen fundidos en un mejunje de corrupción del que chupan con avidez clase política y elite empresarial y financiera, en todo su esplendor. Lo de hacer negocios lejos del favor del Gobierno de turno sigue siendo una entelequia. Hay cosas que aquí no cambian nunca. En todo caso, empeoran. 

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