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España

Aumenta la tensión ante el silencio de Rajoy sobre su ministro de Economía

 Ayer, a última hora de la tarde, se extendía como la pólvora un rumor: “esta tarde puede que después de la Ejecutiva, Rajoy deje caer al menos quién será el nuevo ministro de Economía”. Una especie de piedra filosofal de la crisis, pero que no llegó ni por asomo. Ni siquiera dejaron caer que puede ser algo inmediato; que se mueren de ganas por sorprender a todo el mundo revelando un nombre que infundirá la confianza necesaria. Tan sólo, una decepcionante intervención de María Dolores Cospedal en la que repitió hasta la saciedad que los españoles le han dado a Rajoy un mandato de cambio y que su líder dará un golpe de timón para todos. Los mercados ya habían dado un pequeño palo antes y el nerviosismo crece.

Que el Gobierno estará formado el 23 de diciembre ya se sabía, a pesar de que la secretaria general hizo denodados esfuerzos por vender esto como una gran novedad. Sin embargo, por la mañana, las abruptas declaraciones de Miguel Arias Cañete, pidiendo que se adelantara por las buenas el traspaso de poderes, parecían encerrar una pequeña promesa. Pero, más allá de que será Soraya Sáenz de Santamaría quien tutelará ese proceso, nada de nada. A nadie preocupa ahora un congreso ordinario del PP en febrero, cosa que también anunció Cospedal. Otra cosa es en el PSOE, pero el congreso popular incluso estorba, más que otra cosa.

Mientras eso ocurría, una información de la agencia Bloomberg, probablemente la principal referencia financiera internacional, en portada, era muy reveladora: “Rajoy faced mounting pressure to unveil his cabinet and plans for reducing the euro-area’s third-largest deficit as borrowing costs neared records after his landslide victory”.

Desde las principales plazas financieras y, por supuesto, desde España, apremian a Rajoy quien, sin embargo, está ejerciendo de gallego más que nunca.

Es humano

Seguramente, es inevitable y humano que caiga en la tentación de paladear este momento algo más de la cuenta. El domingo por la noche, dejó de recibir miradas por encima del hombro de Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz Gallardón saludando a sus simpatizantes desde Génova. Esta vez sí, por fin se ha convertido en alguien que "también" gana elecciones.

Ahora, nadie puede cuestionarle ni siquiera en voz baja. ¿Qué decir de la asistencia, ¡por fin!, de un José María Aznar a la ejecutiva del partido, a la que no se dignaba a acudir desde septiembre de 2003? La credibilidad le empieza a entrar en vena al próximo presidente del Gobierno, aunque sus sibilinos movimientos políticos no van a ser recibidos con alegría en los mercados financieros.

Ayer, sacudieron de lo lindo otra vez. Bien es verdad que no tuvo la culpa el presidente popular. El Ibex cedió un 3,4%, lo mismo que París o el EuroStoxx 50. Un perfecto descenso global, procedente de EE UU, país que de nuevo nos llevará al borde del ataque de nervios antes de evitar un nuevo colapso general.

Pero la rentabilidad deuda volvió a repuntar, situándose en el 6,55%, sólo 13 puntos por debajo del tipo de referencia italiano. El diferencial con Alemania se colocó en 464 puntos básicos, unas cotas claramente insostenibles en el medio plazo.

El próximo martes 13 se constituirán de nuevo las Cortes y comenzarán las consultas de los partidos con el Rey. Ahí es cuando se espera que Rajoy revele su gabinete, como hacía Aznar cuando abría su libretita azul.

¿Estarán dispuestos los mercados, los empresarios españoles y, sobre todo, Bruselas y Ángela Merkel a esperar pacientemente cómo se agotan los plazos? “Lo que está en riesgo es la intervención, ni más ni menos”, decían ayer fuentes empresariales. De momento, el propio Juncker, que no es demasiado fan de la alemana, también presionó para saber novedades del próximo Gobierno. 

Rajoy perdió ayer una primera oportunidad de lanzar una señala concreta. Los mercados quieren el responsable económico, nada más. Y nada menos. Retrasar su nombre puede ser interpretado como una señal de incertidumbre. Las presiones se van a multiplicar. Sólo se le pide un nombre. ¿Tiene un plan claro para controlar los embates financieros? Y, sobre todo ¿tiene claro él quién va a ser?

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