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Jorge Herralde: "Nunca hemos caído en la tentación del bestseller"

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Se ha entregado en 28 ocasiones, 29 con el que se fallará el lunes. Corrían los tempranos años ochenta cuando un novísimo Jorge Herralde, que venía despuntando como editor y cabeza visible de Anagrama,  decidió poner en marcha un premio de novela.  Desde su creación, 1969, la editorial independiente casi sólo publicaba ensayo y literatura traducida y se hallaba ávida de nuevos autores que crecieran con el sello. Y así fue.  

Ante la desaparición de algunos certámenes literarios, así como la  ebullición de una narrativa española que despertaba ante los lectores como la democracia ante los ciudadanos, el joven editor catalán Jorge Herralde  se lanzó a la empresa de crear un premio literario, tal y como él mismo lo recuerda. “En 1983, cuando se creó el Premio Herralde de Novela habían desaparecido, en la década de los 70, el Biblioteca Breve (Seix Barral) y el Barral (Barral Editores) mientras que el otro premio importante con énfasis literario, el Nadal (Destino), que había sido fundamental en las décadas de los 40 y 50, seguía un rumbo más incierto y alejado de las voces más interesantes de la época. Por otra parte estaban los premios Planeta y creo recordar el Plaza Janés pero con objetivos más comerciales”.

A lo anterior, Herralde suma otra variable: la aparición de promociones literarias más jóvenes necesitadas de nuevos espacio: “En los años 70, predominaba la novela llamada textualista o experimental, con escaso eco entre los lectores. Pero fueron apareciendo autores distintos como Eduardo Mendoza o los jovencísimos Javier Marías, Juanjo Millás o Jesús Ferrero, a finales de los 70 o primerísimos 80, por lo que parecía pertinente convocar un premio que pudiera acoger escritores con novedosos proyectos literarios”.

A diferencia de otros certámenes, el Herralde de novela  no se distingue por su dotación, sino por el prestigio literario que supone recibirlo. Por dos razones. La primera, porque la casa editorial que lo ampara, y Jorge Herralde en cuestión, nunca ha cedido a la tentación del bestseller y se ha mantenido fiel a un catálogo esmerado y cuidadoso, literariamente hablando.  La segunda, porque quienes han ganado este premio, al momento jóvenes autores,  se convirtieron con el tiempo en escritores fundamentales de la narrativa española e hispanoamericana. Para muestra, los muchísimos botones que Herralde ha bordado cual virtuoso sastre.

La primera edición del premio la ganó Álvaro Pombo –“tuvimos la suerte de que así fuera” dice el editor- con El Héroe de las mansardas de Mansard, una novela ambientada en la posguerra y en la que el escritor santanderino, prácticamente recién llegado de Inglaterra, daba una muestra de la calidad psicológica de su prosa.  Ese año -el mismo en que un joven Felipe González estrenaba presidencia de Gobierno y la sociedad española despertaba, al fin, a los años de apertura después de la transición-, curiosamente, quedó como finalista Enrique Vila Matas, escritor que un año más tarde despuntaría con su Historia abreviada de la literatura portátil y que tiempo después, en 2002,  se haría con el Anagrama por  El mal de Montano.

Resulta curioso observar cómo y de qué forma, el premio Herralde va a marcar de manera decisiva a lectores y autores. Ocurrió en 1998 con Los detectives salvajes, la novela con la que los realviceralistas Ulises Lima y Arturo Belano modificarían por completo la narrativa contemporánea en español –esa novela fue decisiva en América Latina para superar el síndrome del boom- y que le haría ganador a Roberto Bolaño, al año siguiente, del Premio de Novela Rómulo Gallegos.

Si bien en un momento la editorial catapultó a autores que se convertirían en nombres esenciales de una literatura española como Javier Marías, en 1986; Félix de Azúa, en 1987 o Vicente Molina Foix, en 1988, también es cierto que el Premio Herralde ha experimentado en los últimos años una tendencia cada vez más potente a descubrir y proyectar en España a autores latinoamericanos. El caso de Roberto Bolaño es uno, pero también, y muy pronto ya, el del mexicano Sergio Pitol, que se alzó ganador en 1984 con El desfile del amor. A ellos ha seguido una larga lista de escritores entre los que destacan Juan Villoro, en 2004; el peruano Alonso Cueto, en 2005 o el argentino Alan Pauls.

Al respecto Jorge Herralde sale al paso a quienes insisten en que el galardón mira excesivamente hacia América Latina. Para el editor, no se trata de geografías, sino de literatura: “Así como no hemos cedido a la tentación del bestseller tampoco hemos cedido a la tentación digamos patriótica: lo único que hemos perseguido es publicar los mejores manuscritos presentados. Y mientras que el azar de las cosechas nos permitió impulsar a la nueva narrativa española, en la década del 2000 se han galardonado interesantísimos autores latinoamericanos. Es decir, la localización está en la calidad literaria”.

Es, sin dudarlo, un premio de referencia. De la misma manera que Anagrama ha generado un cuerpo de pensamiento con su premio de Ensayo –algo anterior-, a partir del Herralde se puede vertebrar  y reconstruir un perfil de la narrativa en español de los últimos 30 años.

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