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España

Rajoy y Arriola decretan el fin de la tristeza

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (c), presidió la reunión del último Consejo de Ministros.

Se acabó la miseria. Apenas unas horas antes del debate televisado que el jueves enfrentó a Arias Cañete con Elena Valenciano, el titular de Hacienda anunciaba en Málaga un recorte de los tramos del IRPF -de los siete actuales a cinco como máximo- a partir del 1 de enero de 2015. El anuncio no significa en sí mismo ninguna bajada de impuestos (que dependerá del tramo en el que cada contribuyente quede incluido y de lo que tribute cada uno de ellos), pero Montoro se apresuró a vender la buena nueva “para todas las rentas”, adelantando, además, un caída del tipo nominal del Impuesto sobre Sociedades, actualmente en el 30%. La misma mañana, mientras miles de madrileños le daban a la rosquilla en la pradera de San Isidro, la CNMC adelantaba que las eléctricas tendrán que devolver 246 millones a más de 16 millones de hogares acogidos a la tarifa regulada, en compensación por el sobreprecio pagado por la luz entre enero y marzo. El ministro del ramo, José Manuel Soria, ya puede sacar pecho.

En realidad, el canario Soria, uno de los miembros del Ejecutivo con peor imagen entre el establishment patrio, ha dicho basta, que él también quiere reivindicarse, salir del hoyo, recuperar imagen y gallear, de modo que ha despedido a su jefa de prensa y se ha procurado otra que anda moviendo el trasero de aquí para allá trayendo y llevando de la mano al señorito por off the record varios con esa gente que llaman “líderes de opinión”, haciendo entrevistas (hoy mismo debe aparecer una en El País) y, lo más importante, recomponiendo relaciones con los amos de las eléctricas, señores de horca y cuchillo que siguen teniendo aquí mucho poder, sobre todo el de dar trabajo, es un decir, generosamente retribuido a ministros en cesantía.

Se ha instalado una auténtica “burbuja del optimismo”: se acabó el ajuste, queda inaugurada la fiesta nacional

El canario Soria no iba a ser menos. Porque es el Gobierno en bloque el que ha decidido salir de la hura y pasar al contraataque. Se acabó la tristeza del ajuste. Viva la alegría de la recuperación. Cuentan las fuentes dignas de crédito, como se decía en la vieja prensa de papel, que Pedro Arriola, el singular gurú que se ha hecho rico, antes en la calle Génova y ahora en Moncloa, a la sombra de Mariano Rajoy, lleva semanas recibiendo a periodistas, empresarios y opinadores varios (el jueves mismo, tras el último examen oral al que sometió a un Cañete que, en avanzado estado de arriolismo, perdió claramente el debate ante la candidata socialista, recibió a varios columnistas) para pedir opinión sobre la situación y demandar ideas con fuerza con las que presentarse ante el respetable y reclamar el voto sin que a uno se le caiga la cara de vergüenza. De la tormenta de ideas acaecida en los fogones del Poder durante las últimas semanas ha surgido una instrucción, parte de guerra u ordenanza de obligado cumplimiento que, aliñada con el miedo a una derrota electoral en las europeas que marcaría el camino a las autonómicas e incluso a las generales de finales de 2015, proclama que España ha doblado el ecuador de sus miserias para instalarse en una auténtica “burbuja del optimismo”. Se acabó el ajuste. Queda inaugurada la fiesta nacional.

“La economía se ha arreglado; la victoria es nuestra”

“Es lógico”, asegura una fuente cercana a Moncloa, “hemos vivido dos años y pico dedicados en cuerpo y alma a sacar al país de la crisis, haciendo frente a una situación de auténtica emergencia nacional, porque de eso se trataba, y ahora han variado las prioridades, ha llegado el momento de recoger los frutos del esfuerzo, de los sacrificios realizados. La economía se ha arreglado y esa victoria es nuestra”. En la sede del Gobierno han mirado el calendario electoral y se han dado cuenta de que lo prioritario ahora es ganar la carrera de obstáculos que se avecina de aquí a fines de 2015. Ganar elecciones. Retener el Poder. Es un cambio radical de prioridades y de discurso. Se acabaron las reformas, al menos hasta las próximas generales. Ni hablar de reducir el déficit a base de nuevos recortes: se trata de crecer, no de recortar. Y de introducir un relato nuevo capaz de generar esa confianza que impulsa el optimismo y tira del consumo y, en definitiva, de la actividad económica, haciendo de nuevo realidad ese viejo círculo virtuoso que retroalimenta el crecimiento. A partir de ahora se acabaron las críticas. Y todo aquel que niegue u obstaculice esta letanía será tachado de cenizo o de traidor a la causa (de “antipatriota”, en expresión de ese estadista apellidado Zapatero). Traidor el que ponga en solfa la recuperación.

Se acabaron las reformas, en efecto. Desde la subida de cotizaciones a la Ley de Mutuas, pasando por la reforma de los colegios profesionales, la reforma eléctrica, la de la Autoridad Fiscal Independiente, los Servicios públicos de Empleo, la formación en el trabajo, el banco malo de empresas, etc., etc., todo se ha guardado convenientemente en el congelador, como este viernes señalaba aquí Antonio Maqueda. El Ejecutivo tiene por delante apuntalar, sí, su discurso optimista abordando el problema de la financiación autonómica (imprescindible dar una satisfacción a los barones del partido, que temen una debacle electoral si no corre el dinero de nuevo), y, más importante aún, una rebaja fiscal capaz de redimir, o en todo caso, camuflar, el golpe que para las clases medias supuso la brutal subida de impuestos decretadada nada más llegar al Gobierno. El cambio de discurso del Ejecutivo quedó de nuevo confirmado este jueves cuando Montoro, que de forma reitera se había referido a “las rentas más bajas” como las favorecidas por esa futura rebaja, cambió el registro hablando de “todas las rentas”. Hay que ganar elecciones.  

La estrategia del Gobierno se apoya en la debilidad de un PSOE que tiene difícil hacer olvidar la etapa Zapatero

La estrategia del Gobierno se apoya en gran medida en la debilidad de un PSOE que tiene ciertamente difícil hacer olvidar en el imaginario colectivo el desastre que para España y los españoles significó la etapa Zapatero. En Ferraz han tardado en darse cuenta del error que, en términos de opinión pública, suponía oponerse al discurso de la recuperación, y han rectificado a tiempo. Se trata de no negar la salida de la crisis, aunque sí de enfatizar la debilidad del crecimiento y sus nulos efectos, aún, sobre el bienestar de la gente del común. La situación es tan crítica, empero, en las filas del PSOE, que una derrota en las europeas podría hacer saltar por los aires, de una vez por todas, el frágil liderazgo de Rubalcaba. “Ayudas” envenenadas, como la ofrecida por Felipe González al endosar un eventual Gobierno de concentración con el PP (especie jaleada de inmediato por Cañete) no contribuyen a reforzar ese liderazgo. El Gobierno, con todo, intenta abrigarlo con pactos por debajo de la mesa que no hacen sino confirmar que los intereses de la “casta” están por encima de los colectivos. Pactos como el que se está tejiendo en torno al escándalo de las renovables, y que hacen decir en privado a Soria que la culpa de lo ocurrido no es del PSOE, sino de una mala planificación que previó un crecimiento que no se produjo, aunque fueron las medidas tomadas por Miguel Sebastián (¡cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras!) las que permitieron a su ministerio abordar el ajuste consiguiente que tantos disgustos futuros proveerá, vía judicial, a las nuevas generaciones gracias al arrojo de los Nadal, los temidos Dalton Brothers.   

Un discurso cogido con alfileres

Un discurso con alfileres, con todo, sobre el que sobrevuela, entre otros, el fantasma de la secesión de Cataluña como envite de dimensión nacional, un desafío que podría llevar a Mariano Rajoy Brey en volandas hacia la reelección en 2015 si acertara a resolver el sudoku catalán con acierto, pero que se lo llevará indefectiblemente por delante, y con él probablemente la paz y prosperidad de este país llamado España, si fracasa en el empeño. Las cartas políticas en su haber, excluidas las legales que no son pocas, son escasas. El arreglo político, mediante el reconocimiento más o menos explícito del “hecho diferencial” es muy difícil, teniendo en cuenta que los barones autonómicos del partido han hecho saber de forma reiterada su oposición frontal a este tipo de salidas, y otro tanto cabe decir del acuerdo económico, vía cupo, pacto fiscal o similares, a tenor de las penurias de nuestras cuentas públicas.

Sobre los españoles, catalanes incluidos, sobrevuela la frustración que para una sociedad que mayoritariamente reclama una democracia de calidad a través de las reformas constitucionales oportunas, supone la existencia de una clase política cuya cortedad de miras, cuya defensa, tan cerril como interesada, del statu quo, impide el cambio o algo que se le parezca. Rajoy –tan cerca el simple administrador; tan lejos el estadista que el momento demanda- puede caer en la tentación en la que cayó su antecesor José María Aznar, consistente en pensar que la vuelta del dinero al bolsillo de la gente va a ser capaz de tapar las miserias de un sistema político corrompido de la cruz a la raya. “Mariano está obsesionado con las generales, porque quiere cumplir sus dos legislaturas en Moncloa, pero es incapaz de pensar en la perspectiva de 20 ó 30 años. No está en su naturaleza mirar más allá”, asegura un viejo pepero que trabajó a su lado durante la etapa Aznar. Ni Mariano ni el Rey, primera autoridad de la nación, convertido –parte esencial del problema- en una especie de gran tapón, simplemente volcado en ganar el tiempo preciso para poder lavar el penoso rastro de migas que sobre la historia reciente de España ha ido dejando su vida y milagros. Es el atolladero al que nuestras elites nos quieren dirigir, y del que los ciudadanos debemos intentar escapar. 

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