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España

Esencia nacionalista: viernes, corrupción; sábado, patria

El presidente catalán, Artur Mas

Y de repente el padre de la patria se cabreó, se habían mofado de él, coño, le habían venido a llamar corrupto y explotó, salió el Jordi Pujol ensoberbecido, el Pujol blindado por décadas de obscena impunidad para delinquir, de modo que el señorín empezó a mover los brazos como aspas, a agitar su dedo tembloroso hacia el viento de la imaginaria multitud que le acosaba, y a fingir puñetazos sobre la mesa, fuera de sí ese Ubú Rey que con impagable maestría retrató Albert Boadella, el codicioso emperador de la República Independiente del Tres por Ciento. Cínico consumado, maestro en el arte de dar clases de moral mientras estafa al Fisco, montó el numerito, el acreditado show Pujol, teatro, lo tuyo es puro teatro, Jordi, hasta el punto de llegar a amenazar en el mejor estilo del capo di tutti capi, “si cae la rama del árbol, al final caerán todas”, en modo Corleone, porque ustedes no deben poner en duda mi jerarquía como padre de esa patria por la que tanto he luchado y sufrido, eso es lo que vino a decir, que necesitó hacer caja para poder construir la patria catalana (“Con 40 años tenía dinero. Y un proyecto. Construir Cataluña y hacer país”), tal cual, con total desvergüenza, que necesitó afanar para hacer realidad el sueño irredento de una burguesía trincona que, después de haber tironeado durante decenios a España, ha decidido romper la baraja porque esa ubre ya no da más de sí, el sistema está muerto, y encima los jueces se están poniendo muy pesaditos.     

No dijo nada de las cuentas, ni dio nombres de quienes las administran o han administrado, ni cuánto dinero tiene ni dónde; tampoco si la corrupción acaba en la familia o los Pujol son apenas la rama del árbol -vale el símil esta vez- de la corrupción clientelar de todo un sistema, porque eso es lo que ha sido CiU desde la Transición a esta parte, corrupción al por mayor, oficina de negocios consentidos por los Gobiernos centrales. Yo no soy un corrupto, dijo don Jordi. Los ladrones somos gente honrada, tituló Jardiel Poncela su afamada comedia. Y para demostrarlo se inventó esa herencia sobre la que ni su propia hermana, a la que ha tenido que socorrer la Generalitat para que pueda vivir con cierta decencia, tenía la menor idea. Todo fue culpa de un padre asustado, que tenía miedo de que el arrojo de este Robin Hood cuya pasión consistía en robar a las tropas españolas mandadas por el Sheriff de Nottingham para repartir el cobre entre los pobres catalanes, quedara un día a la intemperie. Una gran obra de teatro, porque todo en la Cataluña secuestrada por el nacionalismo es teatro, un teatro sostenido y mantenido con el dinero que el Gobierno Rajoy provee para evitar el hundimiento de esa Cataluña en default, dinero y adoctrinamiento totalitario durante 40 años, que ha dado como resultado el gigantesco engaño colectivo de la independencia.  

Lo ocurrido el viernes es también la prueba de la catadura de ese nacionalismo dispuesto a envolverse en la bandera para tapar sus vergüenzas, ocultar su dinero y desviar la atención

Que un cacique bajo sospecha se permita, en su infinita desfachatez, abroncar a los diputados que le interrogan sobre su fortuna es un espectáculo que no puede sino abochornar a cualquier demócrata por cuanto reduce la majestad del Parlamento a la miseria de una barra de taberna. Lo ocurrido el viernes es también la prueba de la catadura de ese nacionalismo dispuesto a envolverse en la bandera para tapar sus vergüenzas, ocultar su dinero y desviar la atención por el desfiladero de la secesión. El “caso Pujol” es idéntico al “caso Millet”, el del Palau, con la diferencia de que don Jordi ha sido durante 23 años presidente de la Generalitat y padre putativo de la “patria” catalana. El “caso Pujol” es también el “caso CiU” y, con alguna honrosa excepción, el de toda una clase política que cerró los ojos, consintió, dejó hacer, particularmente el de esa izquierda dispuesta a embarcarse en un nacionalismo identitario y retrógrado con olvido del internacionalismo proletario. El viernes era el día adecuado para que CiU, y no digamos ya la ERC del predicador, el ayatollah Junqueras, se desmarcaran de ese patético personaje que, cogido con las manos en la masa, pretendió seguir dando lecciones de moral mientras severamente regañaba a los diputados. No lo hicieron. Ambas formaciones dejaron pasar la oportunidad, particularmente CiU, lo que viene a demostrar que el señor Mas no es sino una mera elongación de la mano, hoy frágil y temblorosa, de un Pujol que siempre ha manejado los hilos de esta Cataluña a la deriva.

El viernes 26 se firmó en el Parlament el acta de defunción de un régimen corrupto y al día siguiente, sábado 27, el trampantojo soberanista volvió a obsequiar al personal con una nueva exhibición del más puro teatro: la firma del decreto de convocatoria del referéndum soberanista, en un ejemplo de esa perfecta normalidad catalana, esencia destilada del más puro nacionalismo: los viernes, corrupción; los sábados, patria. Dos caras de la misma moneda, la de una elite que busca enterrar discretamente el pujolismo, y hacerlo escamoteando la verdad de lo ocurrido en estos cuarenta años, y al mismo tiempo superar esa doctrina apestada con una nueva vuelta de tuerca, con la huida hacia adelante de la independencia. La fallida confesión del viernes y la farsa de ayer sábado tienen el mismo sujeto: el nacionalismo que corrompe lo que toca y que ahora amenaza seriamente la convivencia entre españoles. Un nacionalismo corrupto que no solo se niega a morir, sino que echa su cuarto a espadas dispuesto a hacer saltar la banca.

Al Gobierno de España no le queda más remedio que aplicar la ley

El desafío se ha consumado, y al Gobierno de España no le queda más remedio que aplicar la ley con toda contundencia. La pretensión de Mas es tan burda, tan suicida, que es imposible que esa parte de la sociedad catalana que no ha sucumbido al rodillo del adoctrinamiento totalitario no reaccione en algún momento. Lo decía la noche del viernes alguien tan poco sospechoso de centralismo como Joan Herrera, de ICV: la sociedad catalana está obligada a reflexionar ante espectáculos como el ofrecido por Pujol. Algún día, alguna vez, esa sociedad deberá mirarse en el espejo de sus miserias para descubrir el engaño de que ha sido objeto y denunciar a los embaucadores. La deriva del nacionalismo cleptómano de CiU y compañía en estos años no hace sino evidenciar el tremendo déficit democrático en que ha vivido Cataluña en este tiempo, bajo la dirección de un grupo de poder empeñado en enriquecerse a toda costa, de espaldas a las necesidades de un pueblo llano que algún día, alguna vez, se dará cuenta de que no necesita más aventuras, ni más autonomía, ni mucho menos la independencia, sino más democracia, más calidad democrática, y controles, muchos controles democráticos, esos controles que han fallado clamorosamente en la República Independiente del Tres por Ciento a la hora de detectar cómo unos cuantos se lo estaban llevando crudo. 

El discurso de ayer de Astut Mas fue un canto a la tergiversación de la realidad, a las medias verdades, cuando no a las mentiras flagrantes

El discursito de Astut Mas fue ayer un canto a las medias verdades, cuando no a las mentiras flagrantes. Que se sepa, el “pueblo de Cataluña” no le dio ningún mandato en noviembre de 2012 para emprender la aventura de la independencia. Falso de toda falsedad. Dijo el astuto que el proceso viene guiado por las “Majories socials que són fruit de les multitudinàries manifestacions populars”, pues mire usted, si a la última hemos de atenernos, es fácil echar la cuenta a ojo de buen cubero: 200.000 metros cuadrados tirando de largo, a tres personas por metro, pongamos cuatro, calcule usted mismo y compare esa cifra con los 7,5 millones de personas que viven en Cataluña. ¿Tienen esos 700.000 manifestantes derecho a imponer sus condiciones a 7,5 millones, mejor dicho, a 46 millones de españoles? Habla Mas de “la voluntat d’autogovern dels catalans”, pero Cataluña ya tiene autogobierno, y con facultades mayores que las de muchos Estados federados que en el mundo son. Y autogobierno, aclara, “para construir un país millor de cara al futur. Un bon país”. Perfecto, pero ¿va a ser usted quien construya ese país mejor? Y cómo piensa hacerlo? ¿Va a obligar al ejército de tunantes que han pasado por CiU, de Maciá Alavedra a esta parte, a devolver el dinero robado? ¿Lo va a devolver Pujol? ¿Lo va a hacer usted mismo, o se lo tendrá que sacar a la luz la policía española, que es el asunto que a usted y a su señora quita ahora mismo el sueño…?

Dice el prestigioso catedrático Muñoz Machado en su libro “Cataluña y las demás Españas” (Ed. Crítica) de muy reciente aparición, que “el derecho de secesión se enfrenta con el derecho del Estado a la unidad y la integridad territorial. Aún en los casos en que esté más claramente identificada una comunidad cultural dentro de un Estado constituido, cualquier aspiración a la independencia tiene que contraponerse al derecho del Estado a su unidad y al mantenimiento de la integridad territorial”. Y es que ninguna familia permitiría que uno de sus miembros tapiara el baño, el salón o el patio trasero para quedárselo en exclusiva. “Un Estado consolidado”, prosigue Muñoz Machado, “que cuenta con instituciones democráticas, en cuyo seno pueden ejercerse en plenitud todas las libertades, y los pueblos que tengan características, tradiciones, culturas o economías diferenciadas puedan contar con instituciones de autogobierno, tiene derecho a no ser destruido por la voluntad de una parte de la población que lo integra”. “La reforma [de la Constitución] tiene que actuar con el consentimiento del sujeto constituyente, que es el pueblo soberano. Sin ese consentimiento, una secesión de parte de la población, con el territorio en que se asienta, para constituir un nuevo Estado sólo puede ser un hecho revolucionario...". Por desgracia, sabemos bien que los “hechos revolucionarios” suelen terminar casi siempre en violencia y sangre. 

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