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España

Otegi, Iglesias y la violencia política

Arnaldo Otegi, en su homenaje en Elgoibar

En la entrevista de Évole a Otegi este domingo en Salvados el dirigente marxista-leninista y nacionalista vasco usó la expresión “optimismo de la voluntad” cuando lanzó su previsión de que en veinte años, si no antes, el País Vasco sería un región independiente de España.  Se escucha últimamente mucho, es uno de los leit motiv favoritos de Pablo Iglesias, la sentencia creada por Antonio Gramsci en L’Ordine Nuovo (1923)

“El pesimismo es un asunto de la inteligencia; el optimismo, de la voluntad”.

La frase es tan bonita y redonda que podría ser atribuida también a Paulo Coelho o Murakami. Sin embargo, en el contexto de la obra del pensador italiano cobra un aura siniestra. Porque Gramsci teorizó sobre la astucia necesaria para llevar a cabo la política como si fuese una guerra. Desde la perspectiva marxista-gramsciana, una variante del leninismo, la “guerra de maniobras” debía dejar paso en determinadas circunstancias, las “democracias burguesas” avanzadas, a la “guerra de posiciones”. O, lo que es lo mismo, abrazar el parlamentarismo y el diálogo como táctica oportunista ya que el uso del terrorismo y otros mecanismos violentos habrían dejado de ser efectivos (nunca poniendo en cuestión su legitimidad, de ahí la negativa de Otegi y compañía a condenar lo que consideran en el fondo su principal forma de hacer política, manteniendo además un “ejército de reserva” en segundo plano como plan B).

Se trata de destruir la cohesión enemiga siguiendo el paradigma totalitario que entiende la política no como un debate entre adversarios sino una lucha entre enemigos

Otegi dice haber comprendido “ahora”, como Gramsci en los años 20, que el camino de la “lucha armada” conduce al fracaso político por lo que es necesario reinventar la estrategia, disfrazándose, a la fuerza ahorcan, de “demócratas burgueses” que rechazan el uso de la violencia. En la nueva guerra “de posiciones”, explica Gramsci, serán las grandes masas las que deban ser movilizadas porque su lugar natural no estará en los Parlamentos (“¡no nos representan!” gritan los que tratan de subvertir la democracia representativa) sino en las calles. Y para que se pueda decir que “la calle es mía” habrá que institucionalizar los acosos, denominados “escraches”, de manera que “el miedo cambie de bando” (Monedero dixit). Por ello es crucial para Podemos, otros gramscianos, la defensa de encausados por el uso de la violencia como “Alfon” (condenado a cuatro años de cárcel por transportar una mochila con explosivos) o Andrés Bódalo (condenado a tres y medio por pegar puñetazos y patadas a un concejal socialista). Otegi le dice a Évole que no se considera un terrorista y respalda la política de acercamiento carcelaria para los asesinos más sanguinarios de ETA que nunca se han arrepentido

Tanto “guerra de maniobras” como “guerra de posiciones” fueron conceptos extraídos por Gramsci de la jerga militar: “Mediante una serie de acciones rápidas, violentas e inesperadas que produzcan un deterioro rápido y turbulento de la situación a la que aquél no puede hacerle frente”. De esta manera, se trata de destruir la cohesión enemiga siguiendo el paradigma totalitario que entiende la política no como un debate entre adversarios sino una lucha entre enemigos (Carl Schmitt). Para la extrema izquierda la "paz" es oportunista y aparente, no sincera y real, dirigida por una “habilísima dirección política” (que es como se ven a sí mismos tanto Arnaldo Otegi como Pablo Iglesias).

El heredero principal de Gramsci es el recientemente fallecido Ernesto Laclau, padre intelectual del neopopulismo que amenaza con asolarnos y un sofista en el peor sentido de la expresión, uno de esos “negadores de la verdad” que denunciaba el filósofo Bernard Williams, para el que la realidad y los hechos son susceptibles de manipulación y tergiversación para que terminen revelando, una vez se les torture en el lecho de Procusto de la ideología, lo que interese a sus prejuicios y dogmas. 

Cabe un rearme del pensamiento liberal ante el peligro de que el populismo se torne el horizonte político de nuestra era

En lugar de la propuesta liberal de crear un consenso entrecruzado en sede parlamentaria y sometido al imperio de la ley, el neopopulismo de raíz gramsciana de Laclau, adaptado en España por Iglesias y Otegi, trata de convertir su propuesta partidista en lo que denominan “universal hegemónico” (dicho en román paladino: “sistema totalitario”). O la plebe erigida en pueblo dispuesta a detentar un poder indiscutido e indiscutible (de ahí la necesidad de controlar los medios de comunicación a la venezolana, como plantea Iglesias, o la monstruosidad lógica que llevó a ETA a asesinar a un periodista, José Luis López de Lacalle, como argumento de su tesis de que los medios de comunicación españoles informan sesgadamente).

El nacional-marxismo de Otegi y el nacional-populismo de Iglesias son la cara y la cruz de una alianza de sectarios contra el sistema político liberal. Y debemos reforzarnos teóricamente contra la barbarie intelectual. A más Hayek, menos Gramsci; a más Rawls, menos Laclau. Ante la “amenaza” de nuevas elecciones cabe un rearme del pensamiento liberal ante el peligro de que el populismo se torne el horizonte político de nuestra era.

Post data

Termina la entrevista de Évole a Otegi y su compañera en La Sexta Ana Pastor publica este tuit:

Si Pastor ejercitase ese #factcheck del que presume en su programa podría comprobar que la democracia española forma parte del mismo grupo que las nórdicas en el análisis de los sistemas políticos que anualmente publica The Economist: “full democracies” (“democracias plenas”).  Es cierto que tenemos margen para la mejora, por ejemplo, que periodistas como Évole no se hagan fotos con condenados por terrorismo como si fuesen colegas de toda la vida.  O que entrevistadoras como Pastor no contribuyan a propagar la calumnia de que la democracia española no está homologada con las mejores por lo que cabe su destrucción.

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