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España

Un asesor de Suárez revela los problemas del expresidente para descender de su estatus

El entonces líder de CDS, Adolfo Suárez, en el Congreso de los Diputados a finales de los ochenta.

Una de las etapas de la vida de Adolfo Suárez que suele ser recordada más a la ligera es su éxito electoral con el Centro Democrático y Social (CDS) en las elecciones generales de 1986. Su imagen, tras dimitir de la jefatura del Gobierno en 1981 y abandonar Unión de Centro Democrático (UCD) poco después, había quedado muy deteriorada. Y los comicios de 1982 habían llegado muy pronto para su nuevo partido, que sólo logró dos escaños y algo más de 600.000 papeletas. Sin embargo, cuatro años después el CDS se encontró con un oasis de votos (más de 1,8 millones de apoyos y 19 diputados) en medio del declive del centrismo.

¿Qué pasó para que se produjera aquel resurgir? ¿Por qué Suárez se volvió a ganar la confianza del pueblo? ¿Qué técnicas de captación empleó? El libro Secretos Confesables, escrito por quien fue su asesor de comunicación, Alfredo Fraile, despeja estas incógnitas y relata de primera mano cómo el expresidente del Gobierno afrontó aquella contienda. Así, Fraile, captado para la causa tras haber sido mánager de Julio Iglesias, relata los problemas que tuvo entonces Suárez para liberarse de su pasado como artífice de la Transición y acercarse más a la gente, al Estado llano, a remangarse en cada pegada de carteles y cada mitin.

"Suárez tenía metido en la cabeza que él era un hombre de Estado. Había sido presidente del Gobierno y entendía que no podía descender de este estatus para ponerse a tratar temas que, según él, podían hacerle daño al pueblo español. En su fueron más íntimo, Adolfo seguía sintiéndose presidente y tenía la creencia interna de que debía comportarse como tal, que su misión era continuar cuidando del país", cuenta el autor.

Sin embargo, Fraile y su equipo consiguieron que el exjefe del Ejecutivo rompiese con tales prejuicios. Y lo hicieron, por ejemplo, así: "Nosotros le decíamos que tenía que hacer justo lo contrario: debía ir a los mercados, darle la mano a la gente, besar a las señoras, quitarse la chaqueta. Ante lo que él, asombrado, clamaba: '¡Pero cómo voy me voy a quitar la chaqueta!" Muchos daban ya por liquidado a Suárez para la política española, pero Fraile y el grupo de trabajo que este asesor creó (colaboradores con perfiles variopintos) se encargaron de que tal percepción girara 180 grados.

Suárez puso como condición a su equipo de colaboradores que "todo lo que tuviera que decir en sus discursos fuera cierto, o realmente se pudiera cumplir"

Un antes y un después en el devenir de la campaña para recuperar a Suárez lo marcó la entrevista con Mercedes Milá en el espacio De jueves a jueves. Sus asesores vieron que la periodista se valía de la distribución del plató, donde había una notoria distancia entre ella y los entrevistados, para llevar la conversación por los derroteros que más le convenía. Ante ello, explica Fraile, "queríamos que Suárez transmitiera la imagen de alguien cercano, simpático. El mensaje era claro: tenía que seducir a Mercedes Milá". Suárez aceptó y empleó su poder de atracción. Además, Fraile revela cómo consiguió que le filtraran las preguntas antes de la entrevista. Todo salió según lo previsto.

La imagen inicial que eligieron para aquella campaña, bajo el lema El valor del centro era la de Suárez como único diputado sentado en la bancada azul del Congreso, con el resto del hemiciclo vacío, el 23 de febrero de 1981. Él se negaba a aceptar aquello tan "rompedor" porque, a su juicio, "estaba basado en una fecha trágica para España". Fraile trató de convencerle a base de duras palabras: "Estamos obligados a hacer guerrillas, y tú tienes que ser el primero en ese frente. Has de usar lo que posees, Adolfo, porque fuera de aquí, para la gente de la calle, ya no eres el que eras". 

Según el asesor, Suárez, como toda persona "genial y creativa", dejaba entrever una personalidad muy insegura. Muchas veces, a infinidad de propuestas que le hacían sus colaboradores, respondía: "No, lo siento, pero esto yo no lo puedo hacer". Para Fraile, estaba mintiendo y era entonces cuando había que "insistirle y machacarle" hasta que diera su brazo a torcer.

El expresidente del Gobierno también era muy reacio, cuenta el libro, a lanzar eslóganes que profundizaran la división que había en España entre derecha e izquierda. Así lo recuerda el mánager: "Lo de las dos España le obsesionaba. Creía que su figura y sus mensajes sólo debían invitar a la conciliación. Tenía muy clavada la crítica que desde unos sectores le hacían, recordándole que antes de ser un demócrata había sido un falangista, y desde otros, acusándole de haber sido un traidor que había entregado el Gobierno de España a los rojos".

"Lo de las dos España le obsesionaba. Creía que su figura y sus mensajes sólo debían invitar a la conciliación", recuerda el autor sobre el fuero intero del exlíder centrista

Sin embargo, señala el autor, Suárez se veía como alguien que había hecho un importante servicio al país la lograr que la democracia echara raíces gracias a decisiones como la de traer al líder comunista Santiago Carrillo a España o mantener a raya a los militares. "Para sus cuentas personales, él no dejó de ser presidente nunca". El exlíder de UCD también se resistía a introducir en los mítines algunos temas que entendía que no podía defender. Fraile revela que Suárez puso como condición a sus colaboradores que "todo lo que tuviera que decir en sus discursos fuera cierto, o realmente se pudiera cumplir". El asesor recuerda que Suárez "tenía metido hasta la médula aquello de 'puedo prometer y prometo'. Nos hizo ver que si algo no podía cumplirlo, prefería no prometerlo".

Fraile cuenta que buena parte del éxito se debió a que aquel equipo de comunicación no lo formaron cargos del CDS o miembros de la militancia, sino profesionales de distinta tendencia ideológica, pero con un denominador común: su admiración a Suárez. Ese grupo lo formaron, además de Fraile, el dibujante y humorista Antonio Fraguas (Forges); los periodistas Raúl del Pozo, Fernando Ónega, Carlos E. Rodríguez y Ramón María Aller; el sociólogo Carlos Malo de Molina y el psiquiatra Rafael Cruz.

Ellos fueron los principales artífices, según el narrador, de que renaciera una confianza popular en Suárez que "cinco años atrás se había perdido". Antes de aquella campaña, "sólo las seis personas que había en su despacho le llamaban presidente", pero tras los comicios de 1986, concluye Fraile, "había conseguido que casi dos millones de personas le llamaran así".

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